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El sonido de la puerta cerrándose tras ella resonó en los pasillos de la mansión de Alejandro. Valentina miró alrededor, tomando una respiración profunda. Estaba allí, finalmente, después de haber aceptado la propuesta de matrimonio que cambiaría no solo su vida, sino también el destino de su familia. La mansión de Alejandro era tan majestuosa como recordaba: amplios pasillos adornados con cuadros clásicos, muebles de maderas finas y mármol, una estética imponente que hablaba del poder que él había alcanzado.
Todo allí estaba impregnado con el mismo aire de control y dominio que él mismo proyectaba.
Había aceptado la propuesta sin comprender completamente las repercusiones de lo que eso significaba. No solo tenía que cumplir con el contrato, sino que también debía enfrentarse a la persona con la que, años atrás, había compartido sus sueños, su amor, y su peor error. Alejandro había sido el hombre que la había hecho sentir viva y deseada, pero también el que había destrozado su confianza. Y ahora, a pesar de todo lo que había sucedido, volvía a él. No solo por la venganza que él le había prometido, sino por una mezcla de desesperación y un deseo profundo de encontrar una salida a la tragedia que se había apoderado de su vida.
- Bienvenida a casa. La voz de Alejandro la sacó de sus pensamientos. Valentina se giró y lo vio de pie al final del pasillo, su figura alta y esbelta, su presencia dominante. Su mirada era penetrante, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos, cada una de sus emociones.
- ¿Casa? -respondió Valentina, sin poder evitar la ironía en su voz. No era su casa, no podía verlo de esa forma. Pero en ese momento, lo que dijera o pensara no importaba. Ella había aceptado la propuesta. Estaba allí porque no tenía otra opción.
Alejandro sonrió, una sonrisa que no era cálida, pero sí lo suficientemente convincente para que Valentina se sintiera incómoda. Caminó hacia ella con pasos largos y decididos, su traje oscuro perfectamente ajustado a su cuerpo, su porte impecable. El contraste entre su elegancia y la turbación que Valentina sentía lo hacía aún más inquietante.
- Aquí vivirás, desde ahora. No será solo un matrimonio de fachada, Valentina. Esto será real. Todo lo que necesites, lo tendrás, pero a cambio de lo que yo te pida.
Valentina desvió la mirada. Esa era la primera vez que él le hablaba con tanta claridad. Siempre había sido ambiguo en sus intenciones, pero ahora estaba siendo directo, y eso no hacía más que aumentar la tensión en su interior. No sabía si temerle o rendirse completamente ante su poder.
- No soy una muñeca, Alejandro -respondió ella con una firmeza que sorprendió incluso a sí misma-. No quiero que pienses que esto es algo que yo haré con gusto. Estoy aquí porque no tengo opción, porque mi familia lo necesita, pero no porque yo quiera.
Su respuesta no le causó ni una fracción de molestia. Alejandro la miró sin cambiar su expresión.
- Lo sé. No te he pedido que lo hagas con gusto, pero sí con la certeza de que no hay marcha atrás. Y, por supuesto, si decides ser tan testaruda como siempre, tendré que tomar medidas. Las opciones son simples: o aceptas este trato, o ves cómo tu familia se desmorona aún más. Es cuestión de tiempo.
Valentina sintió el peso de sus palabras, pero, por alguna razón, su corazón se llenó de una mezcla de frustración y miedo. Ya no era la mujer que había sido antes, la mujer que amaba sin reservas, que soñaba con un futuro juntos. No. La Valentina de ahora era alguien diferente. Tenía que serlo.
- ¿Qué es lo que quieres exactamente de mí, Alejandro? -le preguntó, sin poder ocultar la ansiedad que se estaba acumulando en su pecho.
Él la observó por un momento, y por primera vez, la suavidad apareció en su mirada, aunque solo fuera por un segundo. Luego, como si se hubiese desprendido de esa brecha de vulnerabilidad, volvió a su postura dominante.
- Quiero que cumplas con lo que acordamos, Valentina. Te casarás conmigo, y dentro de poco, traeremos al mundo a tu hijo. Esto no es solo un matrimonio en papel, es el comienzo de nuestra vida juntos, en todos los sentidos.
Valentina se estremeció ante sus palabras. Todo eso, todo lo que estaba planteando, era parte del contrato. El matrimonio no solo implicaba compartir una vida en común, sino también traer al mundo un hijo. Alejandro necesitaba un heredero, y ella había aceptado cumplir con esa parte del trato. Pero algo en su interior le decía que las cosas no serían tan simples como él las pintaba.
El ambiente en la mansión se sentía frío y distante. Era como si la casa misma estuviera observándola, juzgándola por la decisión que había tomado. La mansión de Alejandro había sido siempre un reflejo de él: todo en su lugar, todo bajo control, todo diseñado para dominar.
- Estás aquí por el bien de tu familia, no lo olvides -le dijo Alejandro, como si estuviera leyéndole la mente. Su tono no era de reproche, sino más bien una advertencia, una reafirmación de que este matrimonio no era solo un favor, sino una exigencia de su parte.
Valentina asintió en silencio, sus pensamientos girando en torno a lo que acababa de firmar, al futuro que acababa de pactar sin saber a ciencia cierta cómo se desarrollaría. Estaba atrapada. Pero a lo largo de su vida, había aprendido que en este mundo, las decisiones no siempre eran simples. Y, por desgracia, había llegado el momento de pagar el precio de sus errores.
Alejandro la observó durante un largo momento, sin prisa. Sabía que ella estaba procesando lo que acababa de suceder. El matrimonio sería un compromiso más allá de lo que Valentina había imaginado. No solo sería un cambio en su vida, sino también en su forma de ver al mundo. Ya no estaba tan segura de qué lugar ocupaba en la vida de Alejandro, pero sí sabía una cosa: en su vida, las reglas las ponía él. No importaba si le gustaba o no.
- Descansa esta noche. Mañana comenzaremos con los preparativos. La boda será pronto, y tú estarás lista para todo lo que viene. Desde ahora, no habrá más dudas ni vacilaciones. Ya no hay vuelta atrás.
Valentina se quedó en silencio mientras Alejandro se alejaba, sintiendo un nudo en el estómago. El futuro se desdibujaba ante ella, como si una sombra oscura estuviera acechando desde las esquinas de su mente. Todo estaba cambiando, y ella, por primera vez en mucho tiempo, no estaba segura de ser la protagonista de su propia historia.
Se recostó en el gran sofá del salón principal, mirando al techo, mientras sus pensamientos la arrastraban al abismo de la incertidumbre. ¿Qué le deparaba el futuro ahora? ¿Podría soportar lo que se venía? ¿Sería capaz de encontrar, en medio de esa venganza que lo impulsaba a Alejandro, alguna chispa de lo que alguna vez compartieron?
Era un juego peligroso, pero ahora, Valentina no tenía más opción que jugar.