La Venganza del Magnate
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Capítulo 3 El Precio de la Decisión

La noche caía lentamente sobre la ciudad, iluminando las calles con una mezcla de luces frías y cálidas. En el despacho de Alejandro Montenegro, el silencio era casi absoluto, interrumpido únicamente por el sonido del tic-tac de un reloj de pared. Valentina se encontraba de pie frente a él, con la carta de la oferta entre sus manos, completamente ajena al paso del tiempo que se deslizaba sin prisa. La tensión en el aire era palpable, pesada, como si las paredes del elegante despacho estuvieran presionando sobre ella.

Alejandro permaneció sentado, mirando a Valentina con una serenidad casi desconcertante, como si estuviera esperando que ella cediera. Los recuerdos de su relación pasada, tan intensos y tan dolorosos, flotaban en su mente. Había amado a este hombre, lo había entregado todo por él, y sin embargo, había sido ella quien había dado el paso atrás cuando la relación comenzó a volverse demasiado complicada. Los sentimientos de amor y pasión habían sido arrasados por el miedo a la vulnerabilidad, por el temor a no estar a la altura de las expectativas que él tenía.

"¿Y ahora qué?" se preguntó Valentina mientras miraba fijamente la carta. "¿Qué hago con esto? ¿Qué hago con él?"

Finalmente, fue ella quien rompió el silencio. Con voz firme, pero cargada de una mezcla de incertidumbre y rabia, dijo:

- ¿Qué esperas de mí, Alejandro? ¿Qué esperas que haga? ¿Crees que lo que me propones es tan sencillo? No puedo simplemente borrar lo que pasó entre nosotros con una firma.

Alejandro la observó con atención, como si cada palabra que ella pronunciaba fuera un desafío más que debía entender antes de decidir si seguir adelante. Pero no parecía sorprenderse, ni siquiera molesto. Al contrario, su rostro permanecía impasible, y su postura relajada no hacía más que aumentar la incomodidad que Valentina sentía.

- No te pido que lo olvides -respondió, su tono suave, pero cargado de poder-. Lo que te ofrezco no es un borrón y cuenta nueva. Es una oportunidad. Una oportunidad para que tengas lo que siempre has querido, Valentina. El control, el poder, la estabilidad. Todo lo que has perdido... todo lo que podrías perder si no aceptas mi propuesta.

El eco de sus palabras golpeó su mente con fuerza. Alejandro tenía razón en una cosa: su familia estaba al borde de la ruina. La empresa Duarte había estado al borde de la quiebra por meses, y no había manera de revertir la situación sin un cambio drástico. La oferta de Alejandro podría salvarlo todo, pero el precio, el precio era algo que no estaba segura de poder pagar.

Él se levantó de su silla con una calma que solo él parecía poseer y caminó hacia la ventana, mirando hacia el horizonte. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, reflejando el contraste entre lo que estaba sucediendo dentro de su mente y lo que veía fuera, una ciudad que nunca dormía, llena de promesas y desilusiones por igual.

- Este es el mundo en el que vivimos, Valentina -dijo sin mirarla-. El mundo de los negocios, del poder, de las decisiones difíciles. Si decides rechazarme, perderás todo. No solo tu empresa, sino también cualquier oportunidad de volver a estar en control de tu vida. Las opciones que tienes son limitadas, y tú lo sabes.

El giro en su voz fue sutil, pero suficiente para hacer que Valentina se sintiera aún más atrapada. La presión aumentaba, y ella lo sabía. La voz interior que le gritaba que rechazara la oferta, que luchara por su dignidad, se desvanecía con cada palabra que él pronunciaba. Alejandro no estaba ofreciéndole un simple matrimonio. Estaba ofreciéndole una forma de salvar a su familia, una forma de recuperar lo que había perdido. Pero a cambio de qué.

Valentina respiró hondo, sus pensamientos desbordándose en un torbellino de confusión. Miró a Alejandro, quien la observaba desde la ventana. A pesar de la distancia entre ellos, a pesar de su aparente indiferencia, ella sentía que lo conocía mejor que nadie. Había sido su amor, su amigo, su compañero, hasta que ella misma destruyó todo con su fuga.

- ¿Qué quieres, Alejandro? -preguntó, esta vez con la voz temblando, pero decidida-. ¿Qué me pides en realidad? Un matrimonio, un hijo... ¿Es eso lo que realmente necesitas?

Él la miró por fin, girándose hacia ella. En su rostro no había ni rastro de amabilidad, pero tampoco de ira. Solo una frialdad que lo envolvía por completo. Caminó lentamente hacia ella, acercándose con paso seguro y firme, hasta que se detuvo justo frente a Valentina.

- Lo que quiero, Valentina, es que pagues por lo que me hiciste. Por dejarme sin explicaciones, por destruir lo que podría haber sido entre nosotros. Yo te amaba, ¿sabías eso? Te amaba con todo lo que tenía, y tú me dejaste sin decir una palabra. Ahora, quiero que pagues por eso. No te estoy pidiendo un favor, te estoy dando una oportunidad. Una oportunidad para que tomes lo que te corresponde.

Las palabras de Alejandro le dolieron más de lo que había esperado. El amor que él le había profesado no era suficiente para sanar la herida que ella había causado. Valentina sabía que en ese momento no solo estaba luchando contra la oferta de un contrato. Estaba enfrentándose a los restos de un amor que nunca había desaparecido por completo, pero que ahora parecía estar teñido de rabia y venganza.

La atracción que aún sentía por él era innegable, y sus palabras, aunque cargadas de resentimiento, tocaban una parte de su ser que nunca había podido dejar ir. Pero esa parte de ella que aún lo deseaba no podía permitir que el miedo y la desesperación nublaran su juicio.

Alejandro se acercó más, tomando la carta que Valentina aún sostenía con las manos temblorosas, y la miró a los ojos.

- Si aceptas esto, Valentina, no solo salvarás a tu familia. Te devolveré lo que perdiste, lo que tanto deseaste. Pero también tendrás que pagar el precio de mi venganza. Y eso, créeme, será lo más difícil.

El silencio volvió a llenar la habitación. Valentina cerró los ojos por un momento, dejando que el peso de sus palabras se asentara sobre sus hombros. Su vida, su futuro, parecía depender de una única decisión. Y mientras sentía el peso de la carta entre sus manos, Valentina sabía que nada sería lo mismo a partir de ese momento.

Cuando finalmente abrió los ojos, miró a Alejandro y dijo, con una voz tan firme como pudo:

- Acepto.

            
            

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