La Venganza del Magnate
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Capítulo 9 El Límite Invisible

El sol comenzaba a filtrarse a través de las enormes ventanas del salón principal, pero Valentina aún no había conseguido dormir más de un par de horas. La calma de la mañana parecía burlarse de su agitación interior, como si el mundo continuara sin inmutarse a pesar de las tormentas que recorrían su mente. Se encontraba sentada frente al ventanal, mirando las largas filas de árboles que rodeaban la mansión, pero su mente estaba lejos de la tranquilidad que ofrecía la vista. En su lugar, se debatía entre el miedo y el deseo de encontrar una forma de escapar.

Pero, ¿de qué exactamente estaba tratando de escapar? De Alejandro, de su propio destino, o de una vida que sentía que ya no le pertenecía?

El reloj de la pared marcó las 7:30 a.m. y, a pesar de que aún estaba cansada, Valentina sabía que no podía permanecer en su habitación. El día estaba esperando. Al menos eso era lo que había aprendido en este matrimonio: los días tenían un ritmo establecido, y los momentos de incertidumbre eran una excepción, no la regla. Se levantó, caminó hacia el baño y, con movimientos automáticos, comenzó a arreglarse para el día. Su rostro reflejaba el cansancio, pero su expresión era de determinación. No podía darse el lujo de ceder ante la desesperación.

Al salir de su habitación, se encontró con una mansión en pleno bullicio. Empleados que se desplazaban de un lado a otro, sirvientes que revisaban las listas de tareas del día, y el sonido lejano de los teléfonos sonando en las oficinas del hogar. Pero Valentina ya no podía sentirse cómoda entre esos muros. Cada paso que daba la alejaba más de la joven que había llegado aquí, días atrás, llena de dudas, pero con la esperanza de que quizás las cosas cambiarían. Ahora, todo parecía aún más sombrío, como si cada rincón de la mansión ocultara una verdad más oscura de lo que se le había prometido.

Bajó las escaleras lentamente, con el peso de cada decisión que había tomado presionando sobre su pecho. Cuando llegó al vestíbulo, vio a Alejandro cruzando el umbral del salón principal. Su mirada se encontró con la suya, y por un breve momento, Valentina pensó que algo había cambiado entre ellos. Pero al instante, él apartó la vista y continuó caminando sin detenerse. No dijo nada. Solo la observó un momento antes de girar hacia el pasillo que lo llevaría a su oficina. Aquella indiferencia, ese silencio tenso, le dio la sensación de que había algo más que no podía comprender.

No se detuvo a esperar que él dijera algo. Valentina ya estaba demasiado acostumbrada a ese tipo de interacciones: una mirada, una palabra cortante, y luego el vacío. El vacío que él había creado entre ellos con su actitud distante, calculadora y, sobre todo, la falta de sentimientos genuinos. Aunque aún le costaba admitirlo, Valentina entendió que no había nada más que un acuerdo entre ellos, y la apariencia de amor que alguna vez existió se había desvanecido.

El desayuno transcurrió en silencio, como de costumbre. La mesa estaba servida con elegancia, como si fuera parte de una rutina diaria que se repetía sin descanso. Los platos impecables, las copas de cristal reflejando la luz de la mañana. El olor a pan recién horneado llenaba el aire, pero todo en el ambiente parecía un acto más, una farsa en la que ninguno de los presentes quería ser el primero en romper el silencio incómodo. Valentina, aunque no tenía hambre, tomó un café. Necesitaba la energía para soportar el día, aunque sabía que no sería fácil.

- ¿Te quedarás todo el día en la mansión? -preguntó de repente la madre de Alejandro, Romina, quien, sentada en la cabecera de la mesa, observaba a Valentina con esa mirada fría y calculadora que siempre tenía.

Valentina, sin levantar la vista del café, asintió. No le apetecía discutir con la mujer que había hecho todo lo posible para que su vida estuviera entrelazada con la de su hijo, pero sentía que ya no podía seguir soportando su presencia sin un mínimo de resentimiento.

- Sí, por supuesto -respondió Valentina, intentando mantener la calma. Tengo algunas cosas que revisar y tareas que atender.

Romina asintió, satisfecha con la respuesta, y volvió a concentrarse en su desayuno. Pero Valentina no podía dejar de sentirse observada, de ser el objeto de una atención que la incomodaba. No había amor en esa mirada, ni siquiera respeto. Era como si fuera una pieza más en el tablero, sin valor más allá de su utilidad.

Terminó su café rápidamente, casi como un acto reflejo, y se levantó de la mesa. No quería más interacción con nadie en ese momento. Necesitaba espacio. Cuando cruzó el pasillo hacia el jardín, el aire fresco la recibió como una bofetada, pero fue un alivio. Necesitaba sentirse viva, aunque solo fuera por un momento.

Los días que pasaron después de la boda comenzaron a sentirse interminables. A pesar de estar físicamente cerca de Alejandro, ella sentía la distancia entre ellos más grande que nunca. Ya no solo era el silencio de la casa lo que la molestaba, sino también los gestos pequeños pero significativos que demostraban cuán ajenos estaban el uno al otro. Él pasaba la mayor parte de su tiempo en reuniones o en su oficina, y Valentina no tenía más opción que permanecer en la mansión, encerrada en un ciclo de actividades que no tenía propósito. Todo parecía vaciarse de significado, pero la presión por mantener la fachada de un matrimonio feliz no dejaba espacio para cuestionarse lo que realmente estaba pasando.

En una de esas tardes grises, mientras caminaba por el jardín, Valentina se encontró con una carta que había sido dejada en la mesa de la biblioteca. La carta estaba dirigida a Alejandro, y aunque al principio pensó en dejarla en su lugar, algo en su interior la impulsó a abrirla. No había razón para que tuviera miedo a conocer las cartas que le llegaban a su esposo, ¿cierto?

Con manos temblorosas, rasgó el sobre. La carta dentro estaba escrita en un tono formal, pero las palabras eran claras y directas: era una amenaza. No estaba dirigida a Valentina, pero la advertencia era evidente: si Alejandro no cumplía con ciertos acuerdos en relación con sus negocios, las consecuencias serían graves. El contenido de la carta no hablaba solo de dinero o poder. Había algo más en juego, algo que parecía más peligroso.

El corazón de Valentina dio un vuelco al leer las líneas que seguían. Los recuerdos de su vida antes de todo esto, de la relación que había tenido con Alejandro, volvieron a su mente como una marea que la arrastraba. ¿Qué estaba sucediendo realmente? ¿Qué tipo de guerra había desencadenado sin saberlo? La carta hablaba de algo mucho más grande, de alianzas rotas y traiciones, de un poder que ella no entendía. La relación que tenía con Alejandro no era solo un matrimonio de conveniencia, era parte de algo mucho más oscuro.

En ese momento, Valentina entendió que las cosas ya no se trataban solo de ella, ni de lo que Alejandro quería. Había fuerzas mucho más grandes en juego. La pieza que ella representaba en este tablero estaba comenzando a desmoronarse. Y aunque su corazón le decía que era el momento de enfrentarse a Alejandro, también sabía que la verdad podría ser más peligrosa de lo que estaba dispuesta a aceptar.

            
            

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