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Valentina había dado su respuesta, y las palabras resonaban en su mente como un eco lejano. "Acepto." La decisión estaba tomada, aunque en su interior seguía luchando con la montaña de emociones y dudas que amenazaban con arrastrarla. Alejandro Montenegro la había mirado con la misma expresión fría que siempre había tenido, pero había algo en su mirada que la inquietaba profundamente. ¿Era satisfacción? ¿Triunfo? Tal vez era la mezcla de ambas cosas. Al fin y al cabo, ella acababa de entrar en su juego, y de alguna manera, sabía que eso lo había estado esperando.
El despacho de Alejandro seguía envuelto en una atmósfera tensa. La luz tenue de la lámpara de escritorio iluminaba sus rostros, destacando las sombras bajo sus ojos. Valentina miró la carta una vez más, ahora que su destino estaba sellado, y el peso de la decisión comenzó a caer sobre ella con más fuerza.
- Bien -dijo Alejandro, su voz grave y tranquila, pero llena de una satisfacción apenas disimulada-. No te arrepentirás de esto. Lo que te ofrezco es más que una simple alianza. Es una oportunidad única. Ahora, todo está en tus manos.
Valentina asentó lentamente, sin saber si en ese momento estaba tomando la decisión correcta. ¿Cómo podía haber llegado a esto? Había pasado tanto tiempo desde que sus caminos se separaron, pero de alguna manera, se sentía como si el ciclo se estuviera repitiendo. Aceptar un contrato de matrimonio con él no solo era un acto de desesperación. Era un acto de rendición. El hecho de que él lo hubiera planteado como una venganza le demostraba que aún no lo conocía del todo. A pesar de todo lo que había ocurrido, Alejandro seguía siendo ese hombre calculador y determinado, el mismo que ella había temido y amado en su juventud.
- ¿Cuándo comienza todo esto? -preguntó Valentina, esforzándose por mantener la calma, a pesar del nudo que se formaba en su estómago.
Alejandro la miró con una expresión que podría haber sido perfectamente neutral, pero Valentina percibió la chispa de control que siempre tenía sobre él. Era un hombre que no dejaba nada al azar, y ahora ella se había convertido en una pieza más de su estrategia.
- Mañana mismo -respondió, como si ya hubiera planeado cada paso de este proceso desde el momento en que había decidido presentarle la oferta.
Valentina no dijo nada. Sus manos seguían temblando, aunque intentó disimularlo. La idea de casarse con Alejandro, de tener un hijo con él como parte del acuerdo, la horrorizaba, pero también la atraía. Era el mismo hombre que había amado con toda su alma, y el deseo, aunque reprimido por tanto tiempo, volvía a surgir, aunque con un matiz completamente diferente. Ahora no solo lo deseaba, sino que lo temía. Temía lo que significaba ceder a su control.
- Debo irme -dijo Alejandro, interrumpiendo sus pensamientos. Se levantó de su escritorio y comenzó a caminar hacia la puerta, su figura elegante y desafiante. Antes de salir, se giró hacia ella y la miró una vez más.
- Recuerda, Valentina, no todo es lo que parece. Este matrimonio es más que un contrato. Y cuando me entregues lo que necesito, no habrá vuelta atrás. Estarás mía de principio a fin.
La frase lo dijo con una seguridad absoluta, como si no hubiese espacio para la duda, y eso fue lo que realmente la dejó sin palabras. ¿Estaba ella dispuesta a perderse en un acuerdo que se sentía tan... irreversible?
Cuando la puerta se cerró tras él, Valentina se quedó sola en la estancia, las luces del despacho lanzando sombras largas sobre el suelo de madera pulida. Se dejó caer en la silla frente al escritorio de Alejandro, cerrando los ojos y respirando hondo, intentando calmarse.
- ¿Qué he hecho?
No era solo la empresa lo que la estaba hundiendo, sino también los recuerdos que aún guardaba de su relación con Alejandro. El deseo, la pasión, la conexión profunda que ambos habían compartido. Todo eso estaba ahora envuelto en el humo de la venganza, y Valentina no sabía si lo que estaba a punto de hacer la salvaría o la destruiría aún más.
Al día siguiente, Valentina no se presentó en su oficina habitual. En lugar de eso, su madre la encontró en la sala de estar de su casa, sentada frente a la ventana, mirando cómo el sol se desvanecía lentamente en el horizonte. El aire era fresco, pero ella no sentía nada. El silencio en su hogar parecía pesado, como si la casa misma estuviera esperando una resolución.
- ¿Tomaste la decisión correcta? -preguntó su madre con suavidad, colocándose junto a ella en el sillón. Había en sus ojos una preocupación que Valentina no podía ignorar, pero no sabía cómo aliviarla.
Valentina no respondió de inmediato. Las palabras de Alejandro seguían rondando su mente, cada una de ellas cargada con una amenaza velada. Sabía que no podía escapar de su pasado, pero esa verdad le dolía. Lo que más la inquietaba no era el contrato en sí, sino el precio de la aceptación.
Finalmente, levantó la mirada hacia su madre, quien la observaba expectante.
- No sé qué hacer. Parte de mí quiere creer que esto puede salvarnos, pero otra parte... otra parte siente que estoy vendiéndome. Que estoy perdiendo lo que me queda de dignidad.
La madre de Valentina la abrazó con ternura, como si las palabras pudieran aliviar el peso que la hija llevaba en sus hombros.
- Tal vez no se trate solo de dignidad, hija. Tal vez se trata de sobrevivir. A veces, la vida te obliga a tomar decisiones que no quieres, pero que son necesarias. Y sé que has hecho todo lo posible por salvar nuestra familia. Lo que Alejandro te ofrece puede ser la única salida.
Valentina asintió, pero el nudo en su estómago no desapareció. Aquella noche no pudo dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Alejandro, su imponente presencia, su mirada fija y decidida. Él había sido su amor, pero también su mayor desafío. La lucha interna entre el deseo de salvar a su familia y el miedo a perderse a sí misma la mantenía despierta, atrapada en un ciclo de dudas.
El siguiente día, la situación parecía aún más concreta. Valentina no tenía otra opción. Ya había aceptado, y ahora era el momento de asumir las consecuencias de esa aceptación. En su despacho, en la mesa donde tantas veces había planificado el futuro de su familia, firmó el contrato.
El peso de la pluma al firmar su destino fue algo que jamás olvidaría. Con esa firma, se entregaba por completo a Alejandro, y a partir de ese momento, su vida ya no le pertenecería.