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El día se deslizó con una pesadez que Valentina no pudo evitar. Desde que Figueroa se había ido, dejándola con su amenaza palpitante en cada rincón de la habitación, el mundo parecía haberse detenido. El aire, denso y caliente, no ayudaba a calmar sus pensamientos, que se movían a mil por hora. Si bien había conseguido mantener la calma durante la
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