―¿Ella?
―No quiero nada, vete.
―¿Me dejas pasar?
―Ya te dije que te fueras.
―Pero no quiero irme.
Suspiro, resignada. Tumbada y casi muerta sobre mi cama, con unas arrugas por unas cuantas patadas que le di al edredón con rabia antes de quedarme dormida.
Lilian estaba detrás de la puerta. No sabía cuántas veces le había dicho que se fuera, pe