Despierto con algo de magulladura en el cuerpo. En cuanto intento moverme, los brazos de Marcus alrededor de mi abdomen desnudo me lo impiden. Estamos en cucharita y aunque intento recordar en que momento decidimos que ésta posición sería la adecuada para dormir, no puedo hacerlo.
Trato de darme la vuelta sobre mi espalda sin moverme demasiado para no despertar al pelinegro que está atrás.
Milagrosamente su agarre se debilita mientras gruñe con fastidio y murmura algo indescifrable.
Cuando estoy frente a su rostro, me fijo en sus facciones; sin importar que esté dormido sigue frunciendo el ceño como si algo perturbara su sueño, curiosamente el hecho de que siempre esté despeinado hace que su desorden como melena por toda la acción de hace unas horas, luzca natural y no interfiera con lo bien que se ve y que se siente, tener a Marcus Queller junto a ti, completamente desnudo.
De nuevo. Su brazo me rodea la espalda, haciendo que nuestros pechos se junten e involuntariamente mi muslo se choque con su entrepierna, logrando así que pueda volver a sentir su miembro rozar mi piel.
«Oh por dios»
Sin darme cuenta me muerdo el labio, y adrede, pero con mucha precaución, me acerco más a Marcus hasta tener su pierna contra mi zona e instintivamente comienzo a restregarme contra él.
Se siente tan malditamente bien, que ni siquiera necesito segundos para mojarme.
Marcus se remueve incómodo, mueve la pierna, dejándome con los jadeos inconclusos y abre los ojos despacio. Como si necesitara reintegrarse a este mundo que posee luz y oscuridad.
―¿Qué estás...? ―habla con la voz ronca.
Levanta el edredón con su mano libre y revisa el rastro de humedad en su pierna. Por un segundo la curiosidad llena su rostro adormecido, pero cuando me escanea el torso con su mirada, su actitud de: ¿qué está pasando?, cambia por completo. Sus pupilas se encienden y su mano derecha me acaricia la mejilla, con la izquierda baja por mi piel ―siguiendo la curva de mi cintura― y apretando una de mis nalgas como si le pertenecieran.
De mi boca se escapa otro jadeo y mis manos solo logran acariciar débilmente sus abdominales.
―Sigue haciéndolo ―me alienta mientras adentra las yemas de sus dedos en mi cabello.
Él mismo es el que vuelve a poner en contacto mi zona sensible con su pierna y yo automáticamente continúo frotando de manera deliciosa mi exterior con su piel.
La humedad sale, sale y sale con cada movimiento. El muslo del chico ya está empapado, a tal punto que me es más fácil deslizarme sobre él.
Marcus decide lamer ligeramente mis labios, incitándome a que junte mi boca con la suya, sumergiéndome en algo tan simple pero tan excitante, cuando a la vez sus dos manos agarran cada una de mis nalgas e incentivan mis movimientos con empujoncitos para que lo haga más rápido.
El gemido es suave y a la vez necesitado, casi como si con ese sonido estuviera suplicando algo, en vez de disfrutarlo.
―Marcus... ―me separo de su boca― necesito... otra vez...
Miro hacia la mesita de noche y le paso uno de los sobres regados por todo el cuarto. Algunos preservativos ya están usados, más o menos tres por lo que puedo contar desde mi posición.
En un abrir y cerrar de ojos, el chico tiene puesto el condón en su miembro duro y se posiciona sobre mí, mientras yo abro mis piernas, preparada para que entre.
Con un solo movimiento logra introducirse a mi zona. Su pelvis golpea contra mi periné de una manera exquisita y con cada meneo de su cadera sobre mí, aprieta más y más mi clítoris, hasta llevarme al orgasmo. Mis piernas rodean su torso como si de eso dependiera mi vida.
―¿Ella?
La voz de mi madre al otro lado de la puerta interrumpe mi excitación y los latidos acelerados de mi corazón ya no son el resultado de los movimientos perfectos de Marcus.
―¡Mierda, Marcus! ―susurro con la intención de que solo él me escuche.
―Ella ¿estás bien?
Era incapaz de responder. Mi calentura había bajado increíblemente rápido, pero a Marcus aparentemente no le había afectado en nada.
―¡Marcus!
―Solo... ―aprieta la mandíbula.
Sello el sonido que sale de la garganta de Marcus con mi mano, mientras yo intento retener con todas mis fuerzas un estallido de placer.
―S-sí... má...
―¿Segura? Porque escuché gritos...
Marcus por fin suspira, se retira de mi interior y se acuesta a mi lado, su pecho sube y baja agitado.
Me levanto con estrés, sintiendo mi entrepierna mojada. Corro como una gallina por toda la habitación con todo al aire y recojo los sobrecitos de condones no usados con afán.
Marcus por su lado, se demora un poco más en incorporarse a la situación, aunque cuando se percata de mi preocupación, sigue mis movimientos, solo que, con los condones ya usados, incluido el que tiene puesto. De manera automática y sin pensarlo mucho, bota todos los preservativos a la basurita ubicada al lado de mi escritorio.
Pateo la caneca con estrés para intentar esconderla de alguna forma detrás de la silla ergonómica giratoria con rodachinas.
Cubro mi torso con la camiseta que tenía puesta, me pongo el pantalón y obligo a Marcus a que se encierre en el armario con su ropa toda desordenada en las manos.
Abro la puerta y sonrío con jovialidad.
―¡Mamá!, ¡Buenos días!
Mi madre solo me requisa con recelo.
―Venía a decirte que el desayuno está listo.
―Gracias ―continúo con la sonrisa.
Su atención se disuelve de mi rostro y pasa al fondo de mi habitación.
―Eso es...? ―fuerza la vista entrecerrando los ojos.
Cruzo los dedos con incertidumbre, mientras miro hacia las ranuritas de las puertas del armario. Intentando compartir mi preocupación con el chico desnudo escondido entre mi ropa.
Sé que tanto Marcus como yo, pensamos en una sola cosa, un solo error y una sola falencia en la operación "escondite perfecto": un condón tirado por ahí, usado y sirviendo como evidencia de que tuve sexo hace unos minutos.
Una evidencia que obviamente le dará todas las razones posibles a mi madre para que inicie con su requisa exhaustiva de toda el área y que solo tendrá una pésima conclusión.
Mi madre entra sin siquiera preguntar y se agacha hasta tener que extender el brazo debajo de la cama. Se levanta con asco en la mirada, sosteniendo algo entre sus manos despectivamente.
―¿Calcetines?
Un fiu muy disimulado sale de mi boca, intentando que el sexto sentido de cualquier mamá no se active en mi mamá.
―Lo siento, ayer estaba súper cansada y prácticamente me arrastré para llegar a la cama.
Hago un gesto para restarle importancia.
―Bien, baja a desayunar―. Camina con dirección a la salida. Se detiene en seco cuando llega a mi lado. ―Y limpia tu cuarto.
Asiento reiteradamente en silencio, como si estuviera recibiendo una sentencia por mi suciedad y desorden.
Mi madre es una persona sumamente organizada en todos los aspectos de su vida y así mismo debemos ser los demás integrantes de la casa. Por nuestro propio bien, nunca hemos intentado llevarle la contraria con mi padre, porque sabemos que sin importar qué, siempre estaremos millones de escalones o niveles por debajo de ella (si se tratase de un minijuego).
A muchas personas puede parecerles algo extremista la dirección que le da Linda Roberts a todo y a todos los que están a su alrededor, pero la realidad siempre será que su forma de ser, sus ideales, sus reglas y su carácter nos ha favorecido en distintos aspectos. No solo a mí como su única hija o a Frederic Roberts ―mi padre―, sino a las otras tres familias que nos rodean. Siempre ha sido esa persona que te hace reflexionar y cavilar frente a nuestras decisiones de vida sin necesidad de intermediar o entrometerse verbalmente, lo cual es verdaderamente bueno, porque no es como que se meta en tus asuntos. Podría decir que, su existencia te hace replantearte el más mínimo pensamiento que se cruzara por tu cabeza. O por lo menos, para mí siempre fue así.
Ajusto la cerradura de la puerta cuando por fin sale de la habitación.
Suelto una bocanada de aire gigante mientras Marcus sale del armario con tal incomodidad que termina tirado en el piso y con un golpe en el cráneo.
Los párpados del chico se arrugan en respuesta a dolor y yo en cambio sonrío como si la situación fuera algo con lo que enternecerse:
―Auch.
Me arrodillo a su lado.
―No fue tan doloroso.
Su agarre por uno de mis antebrazos me sorprende y en un abrir y cerrar de ojos estoy tirada, con la espalda contra el piso y con el cuerpo desnudo de Marcus sobre mí. Inmovilizada por completo, con nuestros dedos entrelazados y su aliento rozando mis labios. Las puntas de su cabello apuntan en dirección a mi rostro, haciéndole caso a la gravedad.
―Sobre tu novia...
Rueda los ojos y me libera. Dejándome levantar al mismo tiempo que él.
―No era mi novia realmente. La conocí en un campamento de verano el año pasado ―comienza a vestirse con lentitud.
Enarco ambas cejas como respuesta.
―¿Todo fue para darme celos?
Se encoge de hombros sin mirarme. Su expresión se endurece con molestia, como si hubiese querido que nunca tocáramos ese asunto.
―Pensé que había sido un condón ―cambia el tema.
―Yo igual.
Me siento sobre el borde de la cama e intento arreglar un poco el desorden que tengo como cabello con un moño gigante.
Marcus termina de poner cada prenda sobre su cuerpo, y con un movimiento de su mano enredada en su cabello lo despeina para darle el look natural y desarreglado de siempre.
―¡Ella! ―escucho a mi padre llamarme desde el primer piso.
―Tengo que ir ―refunfuño mientras enderezo mi postura.
La mano de Marcus vuelve hacer presencia sobre mi muñeca, arrastrándome hacia él. Juntando mi abdomen con el suyo y logrando entreabrir mis labios para darle paso a su lengua.
Las yemas de sus dedos se deslizan por mi espalda baja, hasta detenerse justo en el inicio de la curva que da paso a mi trasero y atraerme más a su piel. Como si fuera posible unirnos más.
―Te veo en clase ―me susurra al oído, con el tono de voz grave y sexy que usualmente solo usa antes y durante el sexo.
Asiento animada sin pronunciar ninguna palabra. Con los bellos en punta y una sensación rara que me recorre la espalda. Justo donde su mano presionó para darle un aire de rudeza al estúpido beso.
Camino hasta tener la puerta de la habitación detrás y encontrarme con el pasillo conector totalmente desierto.
Comienzo a saltar mientras ahogo varios gritos tapándome los labios con las manos.
«¡Marcus te besó! ¡Pero no solo te besó, te cogió como en los viejos tiempos!» Era lo único que escuchaba que la vocecita en mi interior decía. Me sentía satisfecha de todas las maneras posibles, me sentía alegre y creía que sería factible (si es que aún no estaba sucediendo) que todo volviese a ser como había sido antes. Podría pasar los siguientes días restantes del año junto a mi ex, que probablemente dejaría de ser mi ex y obtendría de nuevo el título de: "mi novio".
Mierda, eso era tan emocionante.
Bajo por las escaleras y encuentro a mi madre cocinando algo con un aroma delicioso que inunda mi nariz por completo. A mi padre con una bebida hirviendo dentro de un pocillo blanquecino y al igual que en las malas películas estadounidenses, con un periódico en la mano.
―Buenos días.
―Hola, cariño ―responde mi papá sin despegar la vista de las páginas―. La tasa de cambio aumentó para Suramérica ―informa.
―Sí, lo vi ayer en las noticias ―contesta mi madre.
―Es una pena por todo lo que pasan esas personas.
―Supongo que están acostumbrados... o bueno, no lo sé.
―No creo, si fuera así no intentarían salir a toda costa de su propio país.
―Pobre gente.
Mi mamá sale de la cocina para dejar un plato con tortillas, alguna salsa que desconozco y un pocillo con la misma bebida ultra caliente de mi padre frente a mí.
―¡Tengo que irme!
―¡Fred! ¡No grites así!
―¡Voy tarde! ―mira el reloj que decora una de las paredes― ¡Vamos tarde!
―¡¿Qué?!
―¡Son las 7:30!
Ambos empiezan a correr de un lado a otro con las manos en las cabezas. Mi madre recoge su bolso y su abrigo, deposita un beso en mi frente y detrás de ella está mi padre, copiando sus movimientos a una velocidad mayor y sin mucha precisión.
―¡No llegues tarde a clase! ―grita mi madre antes de cerrar la puerta.
El silencio de la mañana se estanca de forma abrupta en la habitación. Me levanto con la intención de servir un poco más de la bebida caliente y comienzo a sorber con cuidado el líquido.
Las imágenes mentales no tardan en llegar. Marcus encima de mí... sus toques infalibles y tan exactos, sus gemidos, los míos... Mierda, es que Marcus...
El chirrido del timbre me saca de mis pensamientos. Me dirijo hacia la puerta, giro el pomo y me encuentro con el rostro iluminado de Emma.
Sus ojos me recorren de arriba abajo, frunce el ceño desconcertada y abre la boca con un tono alterado:
―¿Por qué no te has bañado?
―Iba hacerlo.
―Vamos a llegar tarde.
―Tranquilízate.
Doy la vuelta, subo las escaleras y me despojo con rapidez de la ropa. Entro a la ducha con afán, masajeo mi cabello mientras se encuentra con champú, juago la espuma del jabón sobre mi piel y mi cabeza. Salgo del baño corriendo con el cuerpo envuelto en una toalla.
Abro el armario, busco entre todos los hoodies gigantes y descuelgo uno negro. Decido acompañarlo con unos leggings grises y una de esas zapatillas que normalmente uso para correr por las mañanas. Un outfit que al mirarlo te mueres de lo aburrido y cuadriculado que se ve.
Revuelvo mi cabello sutilmente, me arreglo de manera mínima las pestañas y las cejas y termino hidratando levemente mis labios.
Agarro mi mochila y me la cuelgo de uno solo de los tirantes sobre mi hombro derecho. Al llegar al primer piso, veo a Emma con el seño fruncido y la mirada juzgadora fija en la pantalla de su celular.
―Lista.
Se levanta sin dejar de mirar la pantalla, abre la puerta y sale caminando con cuidado, con la atención abstraída por el móvil.
―Llamando a Tierra a Emma Swan...
Sus ojos se abren como platos y de inmediato tengo su celular tan solo a centímetros de mi rostro.
―¿Qué te parece? ―inquiere mientras me deja tomar el objeto entre mis manos.
Hay un chico con rasgos asiáticos. Es su cuenta de instagram. Tiene mil seguidores, cinco historias destacadas y más de veinte publicaciones, las cuales todas y cada una gozan de aproximadamente dos mil likes (sí el doble de sus seguidores).
―¿Quién es? ―pregunto en cuanto comienzo a caminar.
―Un chico cualquiera.
―¿Un chico cualquiera?
―Bueno... ―suspira como si estuviese a punto de confesar algo que le avergüenza- Ayer empecé hablar con él. Pero es que es increíble, una obra de arte. Parece de ese tipo de hombres que son reales, pero que son tan perfectos para ser reales que dudas que no hayan sido escritos por una mujer.
―Está lindo.
Le devuelvo el celular a mi amiga.
―¡¿Lindo?! ¡¿Sabes lo difícil que es encontrar a un chico como él en América?!
Me encojo de hombros.
―¡Es un chico con ascendencia asiática! ¡Somos almas gemelas!
―Emm, solo porque sus padres o quién sea de su familia, sea de ese continente no quiere decir que... ―detengo el movimiento de mis pies abruptamente, casi como si tuviera frenos en los zapatos. ―Mierda, tengo que volver. ―Doy la vuelta con dirección a mi casa.
―¿Qué? ―Emma logra alcanzarme dando zancadas.
―Es algo de vida o muerte.
―También es algo de vida o muerte llegar tarde.
―No es tan grave como esto ―agacho la cabeza, fingiendo que mirar hacia el suelo me ayudará a llegar más rápido.
Saco las llaves de mi maleta en cuanto estoy frente a la puerta principal. Giro la llave dentro de la cerradura y entro corriendo con tal rapidez que cualquier persona diría que de esto depende mi vida.
Me tiro al piso de rodillas intentado alcanzar lo más pronto posible la caneca de mi habitación escondida detrás de la silla del escritorio. Logro agarrar el borde y me levanto de un solo salto. Bajo las escaleras de la misma forma que entré a mi hogar.
Emma comienza a seguirme con curiosidad en la mirada, expectante y fisgoneando en silencio cada uno de mis movimientos.
Quito el segurito de la puerta que da a un callejón en la parte trasera de la construcción y cuando por fin encuentro la basura gigante (de esas que hay en todos los vecindarios y absolutamente nadie revisa), quito la tapa plástica y volteo la caneca con la intención de tirar todos los preservativos.
―¡¿Son condones?! ―grita con impresión.
―Shh... ―el último condón sale de la basurita―. Nadie ―entorno mis ojos hacia su rostro― puede enterarse. No viste nada, no supiste nada, no te enteraste de nada, no presenciaste nada. ¿Okey?
―¿Con quién lo hiciste? ―ignora lo que dije antes.
Mis labios no se abren para pronunciar alguna palabra. Solo me quedo ahí parada como estúpida, como si me hubieran descubierto haciendo algo muy malo.
La mirada juzgadora de Emma se suaviza, haciéndome entender que su cerebro ya le proporcionó una explicación al asunto.
―No lo hiciste con alguno de ellos, ¿verdad?
Al no obtener respuesta de mi parte, frunce el ceño como si se tratara de algo de vital importancia y le preocupase mi silencio con cada segundo que pasa.
―¿Con cuál de los dos, Ella?
Trago grueso.
―Emma... yo...
―¿Fue con Mack?
―Emm...
―¿O con Marcus?
Cierro la boca de inmediato. Haciendo más que evidente mi nerviosismo.
―¿Marcus?
―Sí.
Abre demasiado los ojos e intenta sonreír, pero cubre la gracia que involuntariamente sus labios intentan demostrar con la torcedura de una de sus comisuras. Desaprobando por completo mi comportamiento.
―No puede ser...
―Pero Emm... juro que fue... ―ruedo los ojos con deleite y muerdo levemente mi labio inferior. ―Fue tan increíble.
―Oh no, no quiero una descripción de Marcus desnudo.
―¿Segura? ―esbozo una sonrisa con malicia.
―Por completo.
―¿Ni siquiera te da curiosidad saber cómo pasó?
Entrecierra los ojos, intentando fulminarme con la mirada.
―Cuéntame en el camino.
Enarco ambas cejas y mi sonrisa se amplia.
―Ay, es solo por curiosidad ―rueda los ojos. ―Vamos.
Dejo la caneca en el primer lugar que encuentro al entrar de nuevo en la casa, y me devuelvo sobre mis pasos para encontrarme con Emma.
Recorremos el callejón hasta salir a la calle principal. En donde solo están las casas con las mejores fachadas, jardines inmensamente hermosos que decoran las entradas y parques con instalaciones lujosas para todos los niños. La calle Westout es la típica en donde viven los ricos, incluidos los miembros de la alcaldía, como por ejemplo el padre de Lilian Parker, más conocido como Bill Parker. Un hombre amable, responsable, correcto en todos los sentidos e íntegro con cada una de sus acciones. Algo totalmente distinto a su hija. Aunque ella disfruta hacerle creer a su familia que es tan perfecta, inocente y aplicada que es el más grande orgullo de su padre.
―¿Cómo pasó?
―¿Recuerdas la escalera en mi ventana?
―Sí.
―Me desperté a mitad de la noche y Marcus quería subir.
―¿Marcus llegó a mitad de la noche a decirte que quería subir a tu cuarto?
―Sí.
―What the fuck, ¿por qué?
Me encojo de hombros.
―No sé.
Pestañea varias veces como si eso le ayudara a entender.
―Bueno, y ¿qué más pasó?
―Lo dejé subir.
―Fácil como siempre ―opina entre dientes.
―¿Qué? ―arrugo el entrecejo.
―Que eres una fácil.
―Solo lo dejé subir.
―Y terminaste cogiéndotelo.
Entorno la mirada con molestia.
―Sigue hablando y ya.
Ruedo los ojos.
―Me preguntó que si me había gustado hacerlo con Mack.
Abre los ojos con picardía y algo de emoción.
―¿Qué le dijiste?
―La verdad.
―Que es...
―Sí.
Sus labios se curvan con aires de perversidad.
―Me dejó encima de él y me dijo que haría que dejara de gustarme.
―Muy wattpad de su parte.
―Lo sé ―río.
⸺Estás loca ¿sabes?
―Creo que la palabra loca es muy poco descriptiva para mi demencia.
―Lo dices como si te sintieras orgullosa.
―Bueno, no es como que me arrepienta mucho de serlo.
Finalmente, el edificio altísimo e imponente aparece frente a nosotras.
La placa brillante con el nombre de "Winstown High School" grabada en la mitad y enterrada en el césped antes de cruzar la entrada, nos recibe.
Varios chicos entran antes que nosotras. Algunos con su grupo de amigos, otros en dúos y otros solos, con cara de culo aplastado y en depresión.
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Hola!
Ay yo sé que está muy corto, pero 1. Estoy muy ocupada y 2. Estoy trabajando demasiado en un capítulo decisivo y debo volcarme sobre él a más no poder, so. (Ni siquiera he podido tener una vida normal como lectora)
Partecita para comentarios:
#TeamMarcus
#TeamMack
Xoxo,
Sofía.
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