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Joaquín
Habían pasado más de sesenta minutos desde que llamé a mi madre.
Había aprendido a tener paciencia con doña
Angélica Hernández viuda de Salinas, pero esto ya era demasiado. Miré por quinta vez mi teléfono: ni un mensaje, ni una llamada. Nada.
Suspiré, moviendo los papeles sobre mi escritorio como si estuviera ocupado, pero en realidad
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