Desperté con un dolor de cabeza. Incluso sentí un mareo cuando traté de incorporarme y sentía incluso el pulso en las sienes. Cerré los ojos en automático por la luz que había en la habitación. Parecía que cerrar los ojos no ayudaba en absoluto para que aquel mareo desapareciera, se sentía mucho peor. Con cuidado volví a recostarme en la cama, tomando la sábana a tientas y cubriéndome hasta los hombros.
Respiré profundo, exhalé. Volví a repetirlo varias veces hasta que el mareo disminuyo cuando poco a poco abrí los ojos mirando hacia el techo. Tragué saliva, sentía la boca seca y tenía mucha sed. Me dolía el cuerpo. Giré mi cabeza para mirar en dirección al baño y entonces una mezcla de flashbacks invadió mi mente.
Abrí los ojos como platos cuando las secuelas de anoche vinieron a mí. Ignorando el dolor de cabeza me volví a incorporar mirando toda la habitación.
Nate.
No estaba. No estaba en la habitación. Me pregunté entonces si aquello había sido real o había sido tan solo una alucinación.
No. Sí estaba ahí. Él estaba ahí. Podía asegurarlo.
Me levanté con cuidado de la cama. Mis pies tocaron el suelo y me estremecí por lo frío que estaba. Bajé la mirada y fue ahí entonces cuando me di cuenta de que no llevaba nada más que solo unas bragas y una blusa holgada. Esta me llegaba por arriba de la mitad de los muslos, mucho más arriba. Tan solo levantarla un poco mis bragas eran expuestas. Pestañee un poco tratando de hacer memoria.
Fue entonces cuando la puerta de la habitación se escuchó y de inmediato me giré sobre mis pies para mirar en dirección a ella. Por ahí entró Nate, mirando algo en el celular con el ceño ligeramente fruncido. Parecía que no se percataba de que yo ya me encontraba despierta pues seguía con la mirada fija en la pantalla de su celular. Reaccioné sintiendo mis mejillas ruborizarse ante la idea que estuviese ahí en la misma habitación que yo después de que no recordara con certeza lo que había pasado anoche.
Tomé una de las sábanas jalándola y fue ahí cuando alzó la mirada. Me miró y su ceño dejó fruncirse. Yo me encargué de cubrirme con la sábana luego pensando en lo patético que había sido aquello. Claro, Valet, como si no te hubiese visto desnuda antes.
-Buenos días -comentó aclarando su garganta y guardando el celular en su pantalón después cruzándose de brazos-. ¿Cómo te sientes? -preguntó deslizando su lengua por sus labios relamiendo estos.
Contuve el aliento por unos segundos, casi aquel acto devolviéndome un recuerdo que ojalá pudiese volver a vivirlo. Sentí un pinchazo en el pecho.
-Me siento... me siento bien -contesté con la voz un poco ronca y rápido la aclaré haciendo una mueca por lo seca que sentía la garganta.
-¿Segura? -preguntó aún desde aquel lugar del otro lado de la habitación.
Volví a tragar saliva, pero en el intento sentí rasposa la garganta.
-Me siento un poco mareada -admití porque sabía que no podría mentirle-. Y tengo mucha sed.
Asintió como si mis palabras fueran algo que él ya esperara. Dio un paso y creí que se acercaría a mí, pero no lo hizo, cosa que no sabía si era bueno o malo. Cosa que no sabía si deseaba o no en ese momento. En cambio, se quedó mirándome, directamente a los ojos hasta que desvió la mirada hacia el buró a un lado de la cama.
-Te dejé ahí agua y una píldora para el dolor de cabeza y mareo. Probablemente te ayude también con el dolor de cuerpo -me dijo volviendo a mirarme sereno. Detecté una cierta mueca en sus labios que trató de disimular-. Tómala, prepararé el desayuno.
Casi me quedo boca abierta por sus palabras. Pareció que esperaba alguna aprobación de mi parte para poder irse porque tan solo asentí sin saber qué decir y se dio la vuelta saliendo de nuevo de la habitación.
Me quedé unos segundos ahí. Junto a la cama analizando cada una de sus palabras y facciones. Aquel Nate no era el que me había mostrado los últimos meses. No sabía si era bueno o era malo. Claramente era bueno que las miradas frías y las palabras llenas de veneno no estuvieran más, al menos ahora. Pero la sorpresa en mí era inevitable de sentir. Probablemente porque me tenía lástima. Quizá porque sabía que mi noche había sido una pesadilla.
Pesadilla. Justo en ese momento volví a recordar y me tensé. Casi me dejo caer de nuevo en la cama al recordar aquel momento. Mis ojos se quedaron fijos en las sábanas blancas, mis manos dejaron de empuñarse a la que había tomado para cubrir mi cuerpo. Mi mirada se perdió por unos segundos casi sintiendo que había perdido el aliento. Sentí algo en el pecho que me hizo sentir fría y quise escapar de ahí porque sabía lo que probablemente aquello significaba.
Miré de nuevo a la puerta, Nate la había cerrado. Escuché ruidos en la cocina y supuse que había empezado ya con el desayuno. Aunque sabía que tenía que apurarme, no podía. Mi cuerpo parecía no reaccionar por las teorías y miedos que comenzaban a formarse en mi cabeza. Tragué saliva de nuevo, volviendo a sentirla áspera. Fue aquello lo que me hizo por fin moverme de ahí y caminar hasta el buró donde estaba una píldora y un gran vaso de agua. Tomé ambas sin siquiera dudarlo, disfrutando cada gota de agua que resbalaba por mi garganta. Sentí el alivio en mi boca e incluso en mis labios. Luego mi atención fue al baño al cual entré y me miré en el espejo.
No había rastro de maquillaje.
Mi cabello era un desastre. Todo desordenado. Hice una mueca. Miré la bañera y más secuelas vinieron a mi cabeza. No quise recordar porque tan solo hacerlo mis mejillas ardían. Sentía vergüenza. Vergüenza de no poder recordar con certeza lo que había pasado y de no saber las cosas que Nate había tenido que hacer para traerme aquí.
Sentí calor. Y abrí la llave del lavamanos para mojar mis manos y después colocar estas en mi cuello tratando de humedecer aquella zona. Luego como si la bañera me hablase, decidí darme una ducha rápida. Sabiendo que en cualquier momento podría Nate entrar y decirme que el desayuno estaba listo.
Aunque una parte de mí quería tardar para no tener que salir y probablemente recibir regaños o dudas de todo lo que había pasado anoche. Especialmente esa parte. La que me había atormentado por más de un año.
Cuando salí del baño, el olor de comida invadió mi sentido del olfato. Olía delicioso. Tan delicioso que me fue imposible no cerrar los ojos y soltar un suspiro. Justo cuando escuché los toques en la puerta de la habitación los abrí alarmándome de que probablemente Nate estaría entrando a la habitación y yo estaba envuelta en una toalla.
-Val, el desayuno está listo -dijo del otro lado de la puerta y ahí supe que no había entrado.
Me asomé a la puerta, que aún permanecía cerrada.
-Ya voy -dije alto lo suficiente para que me escuchara.
Me quedé mirando la puerta blanca por un momento. Casi esperando a que entrara por ahí, hasta que salí de aquel trance y fui al armario a buscar algo que ponerme. Me puse ropa interior, unos jeans rotos que había sido lo primero que encontré y una blusa blanca lisa. Traté de secar lo más posible mi cabello, lo cepillé y después de ponerme unos calcetines, salí en pantuflas casi arrastrando los pies.
El olor de la comida se hizo más intenso cuando salí, casi vuelvo a suspirar por lo delicioso que era. Caminé por el corto pasillo hasta llegar a la cocina donde vi a Nate apoyado sobre la barra con ambas de sus manos. Miraba un punto fijo en esta con el ceño ligeramente fruncido. Hasta que pareció percatarse de mi presencia y giró su rostro en mi dirección. Apretó los labios y se alejó después girándose hacia la estufa, tomó la pala que había dejado a un lado y después el sartén. Quise acercarme para saber qué era lo que olía tan bien cuando mi estómago gruñó. Tan solo caminé al refrigerador para abrir este y poder sacar algo de fruta para poder hacer un jugo, pero en cuanto mi mano tocó la manija para abrir, Nate habló.
-Siéntate, yo te serviré -dijo sin mirarme cuando mi mano tomó de la manija.
Lo miré por unos segundos.
-Puedo hacerlo yo...
-Anda, yo lo haré -dijo esta vez mirándome y casi siento que su mirada me traspasa.
Sentí mi respiración pesada, apreté los labios y simplemente me alejé yendo a la mesada. Subí a uno de los bancos sentándome en este y junté mis manos sobre mi regazo con la mirada baja. Me mordí el labio sintiéndome ansiosa y nerviosa, porque sabía que ese momento la tensión era la mayor dominante en el lugar.
Un plato apareció frente a mí y cuando mis ojos se percataron de qué era casi abro los ojos de la emoción.
Chilaquiles. Oh Dios, chilaquiles. Los mejores chilaquiles.
Apenas alcé la mirada para ver a Nate pero este ya se había dado la vuelta para sacar una jarra de jugo del refrigerador. Una jarra de jugo que claramente yo no había hecho ni recordaba tener ahí. Tomó un vaso de vidrio, sirvió de este y me lo acercó dejándolo a la par del plato que había puesto frente a mí. No me miró.
-Gracias -murmuré tomando el tenedor, insegura de empezar a degustar de aquellos deliciosos chilaquiles que mi estomago gritaba por probar.
No se sentó, tan solo se quedó frente a mí del otro lado de la mesada con ambas de sus manos apoyadas en la mesada. Lo miré disimuladamente, sus ojos estaban fijos en algún punto fijo del granito de la mesada por lo que aproveché ese momento para comenzar a comer casi soltando un suspiro ante la delicia de aquel desayuno. Hice todo lo posible por no incluso cerrar los ojos porque temía demostrar alguna emoción que no estuviese de acuerdo al momento incómodo y tenso que estábamos teniendo.
Seguí comiendo de los chilaquiles casi devorando todo lo que había en el plato. Nate no dijo nada, creo que apenas y me miró. Lo cual agradecí. Aunque mi estómago imploraba porque devorara todo con rapidez, no lo hice porque temía a lo que podía pasar cuando terminara. Traté de hacer del tiempo más lento, pero en algún momento el tiempo tuvo que correr y hacerme terminar mi plato.
No hubo palabras, tan solo silencio. Tomé del vaso con jugo y di un pequeño sorbo. Naranja. Era jugo de naranja y pude sentir pequeños pedazos de pulpa de aquella fruta, lo que hacía del jugo incluso más rico. Fue ahí entonces cuando Nate me miró. Pude que la línea en sus labios se hizo hacia un lado casi siendo una sonrisa que después se transformó en una mueca. Respiró profundo, se apartó de la mesada tomando un banco y acomodándolo para esta vez sentarse frente a mí. Se cruzó de brazos y los apoyó sobre la mesada mirándome. Sentí mi labio temblar.
-¿Qué recuerdas? -preguntó después apretando sus labios formando una línea.
Me encogí de hombros. Yo también apreté los labios con tanta fuerza como si pudiese sellarlos para que nada saliera de mi boca.
-¿De qué parte? -murmuré mirándolo.
-Todo. Dime qué es lo que recuerdas -contestó de inmediato mirándome sereno.
Respiré profundo de manera disimulada. Bajé la mirada hacia mis manos sobre mi regazo mientras jugaba con estas sintiendo los nervios empezar a mostrar sus efectos en mi cuerpo. Negué haciendo una mueca.
-Fui a LAVO...
-¿Por qué? -preguntó antes de que pudiese terminar-. ¿Por qué fuiste?
Alcé la mirada hacia él. Me miraba serio, pero la curiosidad asomaba en sus ojos. Tragué saliva porque no sabía qué contestar. Porque sabía por qué me preguntaba aquello. Pero algo extraño y sin sentido vino a mi cabeza. ¿Por qué me preguntaba la razón por la que había estado ahí? Si bien él sabía que yo sabía a quién pertenecía ese lugar, ¿no se suponía que él pensaba que yo había sido cómplice del hombre que lo arruinó? Si él había pensado eso, ¿por qué se preguntaría la razón por la que yo estuviese ahí? Si él no sabía que yo había aborrecido a aquel hombre junto a su hijo, ¿por qué me lo preguntaba como si lo supiera?
Todos estos meses él me había dado a entender que pensaba que yo estaba del lado de las personas que lo arruinaron. ¿Por qué de pronto me daba a entender que yo también era una víctima de las manos de esas personas?
-Thiago me llevó -fue lo único que dije.
-Y entraste -repuso mirándome directo a los ojos casi sintiendo la necesidad de desviar la mirada.
-Lo hice -acepté casi alzando el mentón.
-¿Por qué? -preguntó frunciendo ligeramente el ceño como si tratase de encontrar la respuesta por sí solo.
-¿Por qué no lo habría hecho? -me encogí un poco de hombros tratando de no dar importancia.
Su entrecejo se frunció un poco más, casi uniendo ambas de sus pobladas cejas. Entreabrió sus labios como si las palabras que acababan de salir de mi boca no fuesen reales. Aquel gesto me confundía aún más.
No entendía por qué me preguntaba eso. ¿No se suponía que pensaba lo peor de mí? Ahora parecía que sabía lo que realmente sentí en todo este tiempo y que la verdad había...
-¿Qué fue lo qué pasó? -volvió a hablar mirándome directamente a los ojos-. ¿Qué fue lo que realmente pasó aquella noche, Valet?
Mi corazón se detuvo por un momento cuando pronunció esa pregunta. Casi me hago para atrás sobre el banco queriendo salir corriendo de ahí. Mi respiración se descontroló por un momento, pero traté de controlar el ritmo. Sentí un nudo en la garganta y los nervios se hicieron presentes en cada parte de mi cuerpo.
Me estaba preguntando qué había pasado esa noche. No ayer. Sino esa noche que cambió todo. Me está pidiendo la verdad de lo que había pasado. Algo que había deseado decirle desde el momento en que lo volví a ver cuando regresé a la ciudad. Algo que imploraba que pasara cada noche cuando me dormía llorando. Aquello que quise decirle desde el momento en que había pasado, para poder llorar en sus brazos y volver a sentirme protegida.
-No entiendo...
-Sí lo haces -me interrumpió mirándome-. Y trato de yo hacerlo, así que hazme entender -dijo sin siquiera pestañar, con los ojos fijamente en los míos anclándolos ahí-. ¿Qué fue lo que realmente pasó aquella noche, Valet? -volvió a preguntar.
Mi corazón se aceleró. Mis manos se aferraron a mis muslos casi clavando mis uñas ahí y apretando estos. Apreté también mis labios y después giré mi rostro hacia otro lado evitando su mirada.
-Ya lo sabes... -dije sin mirarlo casi sintiendo un pinchazo en el pecho por las palabras que saldrían de mi boca-. Sabes exactamente lo que pasó, no entiendo por qué me lo preguntas.
-No te creo.
Lo miré. Me miraba serio, casi relajado de no ser por la expresión en sus ojos. Pestañe unas cuantas veces después negando y juntando mis manos sobre mi regazo.
-Te diré que es lo que yo creo -dijo antes de que yo pudiese decir algo. Se hizo un poco hacia atrás sin dejar de apoyar sus brazos cruzados sobre la mesada-. No lo hiciste -admitió sin más y no sabía exactamente a lo que se refería-. No me dejaste, al menos no porque tú quisieras. Hay algo que te hizo hacerlo y temes decirme por lo que pueda pasar. Esa noche no te fuiste de la ciudad sin decir nada y sin avisar simplemente porque te hubiesen ofrecido una cifra de dinero. Te fuiste porque había algo que temiste que pasara si no hacías lo que ellos querían.
El silencio aturdió el lugar. Casi me echo a llorar, pero comprimí aquel sentimiento en mi pecho porque no podía permitirme el destrozarme ahí. No frente a él. No teniendo el miedo de lo que...
-¿Te hicieron algo? -preguntó entonces y ahí fue cuando casi suelto un sollozo.
-No sé a qué te refie...
-¿Te hicieron algo, Valet? -dijo esta vez con mi nombre en conjunto de aquella pregunta.
Mi respiración se volvió pesada y sentí mis ojos cristalizarse, miré a otra parte cuando sus ojos no podían dejar de mirarme. Mis manos se aferraron a mis piernas sintiendo como mis dedos comenzaban a entumecerse de lo fuerte que apretaban.
No podía. No podía hacerlo. No ahora. No sabiendo que Bastian estaba ahí. Podía hacer cualquier cosa. Todas sus palabras podrían hacerse realidad. Sus acciones. Podían repetirse...
-Val -dijo sacándome de aquel trance y en automático comencé a negar.
-No me hizo nada -solté sin pensar y su ceño se frunció un poco más, confundido.
Ahí fue cuando me di cuenta que probablemente había dicho algo que no era necesario de decir en voz alta. Al menos en ese momento, porque los ojos de Nate me miraron confundidos, después con sospecha y un rastro de alteración.
Se hizo hacia atrás. Aún con los brazos cruzados sobre su pecho, pero sin apoyarse en la mesada. Mis ojos fueron a sus brazos casi desnudos por la camisa remangada hasta la altura de sus codos. Tragué saliva porque no podía pensar con claridad. No podía formular con exactitud lo que debía de decirle. No podría fingir más frente a él si seguía haciendo preguntas.
-¿Hace cuanto tienes pesadillas? -preguntó y aquello fue lo último que pude soportar.
Me levanté del banco casi tumbando este.
-Estoy bien. Gracias por todo lo de anoche, en serio. No tenías que hacerlo.
-Pero lo hice -respondió mirándome aún sentado con los brazos cruzados.
Me miró de abajo hacia arriba, sin mover un centímetro de su rostro. Tan solo sus ojos que me recorrieron. Sentí un escalofrío. Se levantó y me tensé temiendo a que se acercara porque por mucho que quisiera sentirlo cerca de mí, sabía que aquella sería la gota que derramaría en el vaso y me haría quebrarme.
-Escucha, no sé qué fue lo que dije durante mis pesadillas, ¿sí? A veces digo cosas sin sentido. Yo... tú sabes que leo muchos libros y veo muchas series que probablemente me meten ideas a la cabeza cuando duermo -traté de justificarme por lo que le había dejado ver anoche.
Se acercó a mí y retrocedí un paso en automático cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí. Frunció el ceño y sentí que yo temblaba. Me sentía vulnerable. Ahora que él sospechaba de lo que había sido aquella noche me hacía temer y sentirme pequeña. Me hacía querer dejarme caer en sus brazos, pero al mismo tiempo hacer que se alejara. Porque no quería que nada malo pasara. Los meses que habían pasado me habían hecho pensar en lo bueno que quizá había sido tenerlo un poco lejos de mí.
No podía tomar el riesgo. No podía arriesgar algo que no sabía si era posible o no de pasar. Sí, había sido un riesgo la última vez que nos vimos, pero no había tenido tiempo de estar más cerca del enemigo. Ver a Bastian durante estos meses en uno de los lugares a donde más habituaba me había advertido en ocasiones, me había amenazado, me había lastimado, me había hecho entender que las cosas no habían acabado y no podía ir a los brazos de Nate para refugiarme porque...
-No te creo -dijo finalmente después de al parecer haberme estado analizando-. Si es verdad, dímelo a los ojos. Dime que te fuiste porque preferiste una cifra de dinero que a mí. Dime que simplemente preferiste traicionarme y dejarme. Dime mirándome a los ojos que en el momento en que te llevaste todo contigo, incluyendo mi corazón, no te importó el dolor que sabías que eso ocasionaría. Dime que solamente quisiste romperlo porque yo no te importaba y nunca lo hice de la manera que me dijiste. Quiero que me lo digas a los ojos, sin pestañear, sin titubear, entonces te creeré. Porque nadie te conoce más que yo, Valet, y sé que no puedes mentirme mirándome a los ojos. Así que hazlo. Dime cómo decidiste tú sola romperme el corazón sin piedad y entonces te creeré.
Me sentí fría. Sentí mi corazón dejar de latir en mi pecho por un momento, sin saber qué era lo que tenía que hacer.
Entonces, después de lo que pareció una eternidad, con el nudo en la garganta hablé mirándolo a los ojos.
-Lo siento. Lamento habernos roto...