Chapter 7
Después de su comida, las crías y la niña empezaron a jugar por allí. Llegaron otros dos lobos pertenecientes a la manada, pero aparte de un par de parpadeos incrédulos, ninguno hizo ningún comentario, para entonces el sol ya estaba muy bajo y comenzaba a atardecer. Los lobeznos estaban hambrientos y empezaron a aullar, y lo mismo hizo la niña. Pero cuando se acercó a la hembra, ésta la rechazó con firmeza. Gateando, se aproximó hasta el líder de la manada, donde fue mejor recibida. Empezó su misión de exploración, y unas cuantas veces el líder se vio obligado a hacer lo que los padres lobo tienen que hacer de vez en cuando: poner su pesada pata sobre la niña para evitar que le metiera los dedos en los ojos, el hocico y las orejas.
Pero después de mucho intentarlo, la niña consiguió agarrarse a dos mechones de pelo, y medio subida sobre el animal, se durmió con su costado como almohada. Los lobeznos estaban apoyados de manera parecida sobre su madre. Cuando ya era completamente de noche y el viento empezaba a ser frío, la hembra se sacudió las crías de encima, miró irónicamente al macho y su durmiente compañía, y metió a sus tres crías en la guarida. El líder de la manada la miró enfadado. Tenía las orejas tensas, luego volvió a ponerlas en su posición normal. Como no era un lobo del todo, no dejó a la niña sola. Alguno de sus hermanos podía confundir a la pequeña con la cena, un error fatal no sólo para la niña. Fueran cuales fuesen los poderes que las gentes de esas tierras estaban invocando, no les pasaría por alto la muerte de la criatura en bocas y garras de su manada, por mucho que pareciera que era lo que estaban buscando.
La hembra salió de la guarida y volvió a mirarlo con ironía (era una loba de lo más sarcástica), y se unió a los otros dos machos. Era hora de ir a cazar. Al pasar por la boca de la guarida, la hembra se quedó esperando un momento, con la cabeza gacha. Uno de los lobeznos era muy rebelde, y seguro que después de poco tiempo, el hocico asomaría por la entrada de la cueva. Sorpresa, consternación y aprensión se reflejaron en la cara de la cría. Su madre no hizo nada, se quedó allí parada, con la cabeza baja. Pero con eso era suficiente. El lobezno se deslizó dentro otra vez lloriqueando suavemente para disculparse, y los tres lobos se alejaron en la noche de caza. El gran lobo gris continuó sentado inmóvil en la oscuridad, con la niña dormida apoyada en él, hasta que le llegaron los ruidos lejanos de humanos caminando entre lo árboles bajos y los matorrales que poblaban la ladera de la montaña. Entonces, alejándose de la niña tan suave y cuidadosamente que ésta no se despertó, se confundió entre los matorrales de malvas que cubrían las rocas de la cima. Pocos minutos después, los humanos llegaron, alumbrándose con antorchas, y se quedaron mirando a la niña, que dormía.
Eran dos hombres y una mujer los que habían salido al claro de delante de la guarida. Uno de los hombres era de mediana edad, con cabello oscuro y una barba salpicada de canas. El otro tenía formas apolíneas; joven, rubio, delgado, de gran musculatura y tobillos y muñecas estrechas, hombros anchos y la tez pálida y luminosa de las gentes del norte. La mujer, Idonia, era ya mayor, pero el lobo sabía que no tanto como parecía. Tenía el rostro surcado de profundas arrugas, los ojos hundidos y los párpados caídos. El cuerpo delgado y la piel curtida por las inclemencias del tiempo. Sobre un vestido azul oscuro vestía una túnica con un complicado estampado a base de llamas y oro, un arco iris en tonos rojos en la parte inferior que se mezclaba con el azul intenso de la parte superior.
El hombre moreno se arrodilló y cogió a la niña, que no se despertó.
-No me lo puedo creer -dijo el joven rubio-. No le han hecho nada.
-¡Sssshh! -susurró Idonia, y tocó los labios de la niña con el dedo-. Leche. Ha mamado de una hembra lobo.
Alzó los brazos al cielo en lo que parecía un gesto ritual, y el lobo pudo ver que llevaba un endrino en su mano derecha.
-Es la elegida -dijo la mujer. han hecho nada; pero ¿qué prueba eso? Todas esas historias no tienen ningún sentido.
-Si lo dices tú... -le respondió el otro hombre. Parecía que no estaba muy dispuesto a ponerse a discutir.
-¡Sssshh! -lo interrumpió el joven con suavidad-. Quedaos quietos. Voy a intentar alcanzarlo. Nos está observando.
Tenía una pequeña ballesta colgada del cinturón.
El lobo sabía que lo habían descubierto. El joven rubio le miraba a los ojos. El animal pegó su cuerpo aún más contra el brezo y se consideró a sí mismo un tonto. Sus ojos habían brillado a la luz de las antorchas y el hombre lo había visto. Era joven y además parecía rápido. Un segundo después ya tenía la mano sobre el muelle.
El lobo había calculado mal. Pensaba que el joven alzaría el arma para disparar, dándole un segundo o dos para saltar a derecha o a izquierda, y así tener el cincuenta por ciento de posibilidades de escapar con vida; pero el desgraciado iba a disparar desde la posición en que lo tenía, sobre la cadera. Pero en cuanto tocó el arma, el virote fue a dar en el suelo sin llegar a hacer ninguna presión en el muelle. El lobo se levantó rápidamente y descendió hasta una pequeña alameda que había más abajo. El joven maldijo.
-Lo he perdido. Se me ha debido de deslizar la mano. Qué se le va a hacer. -Se agachó para recoger la flecha hundida en la tierra a sus pies.
-No la vuelvas a cargar -le dijo Idonia.
El joven la miró con expresión ofendida, parecía peligroso.
-¿Acaso me estás diciendo lo que tengo que hacer?
-Me parece que eres un invitado de mi pueblo, y ¿ofende un invitado a su anfitrión?
Las miradas de los dos hombres se encontraron.
-No era más que un lobo.
-No más que un lobo -repitió el hombre moreno.
-Ése era el Vigilante Gris -intervino Idonia. Se agachó, recogió el virote y lo lanzó a la oscuridad.
El joven la miraba furioso.
-¿Qué? ¿Bautizas a las alimañas que te roban las ovejas?
-Esos lobos nunca nos robaron ovejas, ni niños tampoco. Volvamos, está empezando a hacer frío.
La niña tiritó en brazos del hombre moreno, que la envolvió en su manto con ternura.
Desde su posición entre los árboles, el lobo los vio alejarse. No creyó ni por un momento que la mano del joven rubio se hubiese deslizado sin querer. Alrededor de Idonia siempre pasaban cosas demasiado extrañas para que lo creyera. La cola del gran lobo gris se movía a derecha e izquierda, y vuelta a empezar, señal de gran agitación. Regresó a la guarida y comprobó que los lobeznos se encontraban bien. Seguían todos dormidos, incluso el más aventurero. Su compañera y sus hermanos podrían alimentarlos sin ningún problema. El lobo comenzó a descender la colina en dirección a la Casa del Halcón. Se movía con la suavidad con la que los lobos se mueven, recordando que había dejado sus ropas y armas en el tronco de un árbol hueco. Hacía años que no las utilizaba. Había deseado no tener que utilizarlas nunca más, y derrochó con unas cuantas maldiciones propias de los humanos (sólo mentalmente, ya que un lobo nunca se expresaría en esos términos) parte de su energía. Bajó la cabeza y continuó caminando.