A sus pies se extendía una pradera verde, en la que crecían tojos exuberantes, dorada retama, altos cardos púrpuras. En lo alto de la colina crecían distintos tipos de pinos altísimos. Pero más lejos, cerca de la pradera, el campo era más abierto y el reflejo de los abedules blancos moteaba el sendero que avanzaba en zigzag entre los árboles.
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