La Reina del Dragon
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Capítulo 8 Chapter 8

Chapter 8

Idonia lo vio sentado ante una mesa baja en la entrada, cerca de la puerta. Tenía expresión agresiva y una cerveza ante él. Lo reconoció de inmediato, aunque sólo lo había visto unas pocas veces, y muchos años atrás. Acababa de volver con sus dos acompañantes y la pequeña... Se dio cuenta de que debía haberlos seguido. Idonia preguntó a su ayudante quién era, para saber con qué nombre se había presentado.

-Dijo llamarse Maeniel, y parece un vagabundo por sus ropas y un héroe por sus armas. Y huele a moho, sólo se me ocurre que ha salido de la tumba para venir a visitaros.

-Gracias, Crerar -le dijo Idonia. Después, con un silencioso gesto de reconocimiento, se acercó a Maeniel y lo saludó-: Maeniel, siempre te había llamado el Vigilante Gris.

Él se levantó e hizo una amable reverencia, después preguntó: -¿A qué estás jugando, mi señora, dejando a un bebé en un lugar tan peligroso? Sabes muy bien que yo no le haría daño, pero no podría responder por el resto de los miembros de mi familia.

-Cuando dijeron que querían dejar a la niña con los lobos, enseguida pensé en ti.

-Podría sentirme halagado, pero no se me ocurre por qué debería estarlo - respondió Maeniel.

Idonia rió entre dientes. -Únete a mí en la mesa principal. Tu rango lo exige. Además, quiero que conozcas a Dugald y a Titus. Dugald es el moreno. Es el encargado del cuidado de la niña.

-¿Y Titus?

-Un sajón romanizado. -Idonia hizo una mueca de desprecio con los labios-. Dugald está convencido de que aún puede tratar con los bárbaros a pesar de su traición.

-Gracias por controlar su ballesta.

-No estuvo nada mal, ¿verdad? -respondió Idonia con voz suave.

El gran salón estaba en penumbra. El hogar que estaba en el centro de la estancia desprendía una luz incandescente a través de la fina capa de cenizas. Fuera, el viento se levantaba y ambos podían oír el oleaje del mar. La marea estaba bajando, y la oían rugir y murmurar en la distancia. El viento que soplaba desde el mar azotaba el edificio como pesados martillazos.

-¿Se acerca una tormenta? -preguntó Maeniel.

-Sí. Las he convocado cada noche desde... -Escupió en el suelo de piedra-. Esa sabandija rubia del sajón está aquí. Preferiría mil veces cenar con los lobos. Los lobos pueden exigir su parte de la presa, pero no necesitas cubrirte las espaldas cuando estás entre ellos.

-Cenaste con nosotros más de una vez.

-Sí, y nunca temí la traición. Crerer, sienta a mi amigo a mi lado en la mesa principal -dijo Idonia a su ayudante-. Vamos a ver a la pequeña.

Maeniel se terminó la cerveza y la siguió.

Cuando volvieron, el salón ya estaba listo para la cena. En cada muro ardían antorchas. La mesa principal estaba dispuesta de tal manera que formaba una herradura alrededor del hogar. Los tapices que narraban la historia del clan del Halcón resplandecían sobre los muros de la estancia redonda, sus colores intensos brillaban en las sombras. La ebanistería se veía realzada con imágenes pintadas, combinando exóticas fieras y plantas trenzadas en macramé, todo ello pintado en rojo, verde, dorado, azul, naranja, lavanda, violeta y otros colores para los que un lobo ni siquiera tenía nombres. Tras el gran banco situado en el extremo de la mesa más próximo al hogar, el halcón lanzaba un grito, las alas extendidas, la cabeza alzada y el pico abierto. Idonia, Dugald y Titus el Sajón se sentaron juntos bajo la protección de las alas del halcón. El resto del clan ocupó su lugar en la mesa más baja para disponerse a tomar su comida principal del día.

-Puedo dar a todo mi pueblo una comida con carne todos los días -le explicó Idonia a Maeniel orgullosa-. Este año y el anterior han sido muy buenos.

Una de las muchachas que servían la cerveza y el aguamiel dio un chillido y se alejó de la mesa apresurada. Idonia fijó sus ojos gélidos en Titus.

El joven rubio soltó una carcajada.

-Es toda una belleza -dijo.

La muchacha enrojeció. Idonia se acercó hasta ella y le cogió de la mano. La joven agachó la cabeza cerca del rostro de Idonia. La anciana le susurró algo y la muchacha asintió y se alejó.

-Un pequeño consejo, por si te molestas en escucharlo -dijo Dugald dirigiéndose al sajón.

-¿Cuál es?

-Las muchachas de esta casa son todas hijas de buena familia. Vienen aquí en busca de un buen casamiento.

-Lo más probable es que en este momento el padre de la muchacha esté observándote -dijo Idonia-. Se encuentra sentado entre las demás gentes de mi pueblo. Así que si tus planes inmediatos no incluyen casarse, te aconsejo vehementemente que dejes las manos quietas.

El rostro del sajón enrojeció de rabia.

-Debería sentirse halagada -masculló.

-Seguramente -dijo Maeniel-, pero quizá no. E incluso siendo así, los hombres de su pueblo no compartirían ese sentimiento. Escucha a Idonia. Está haciendo lo posible para que no tengas problemas.

El sajón sonrió y dijo en latín: -Estos salvajes y sus pretensiones... Todos saben que carecen de moral. El mismísimo César afirmó que compartían a sus mujeres.

Maeniel le respondió en un latín aún más correcto, ya que su dialecto era más puro que el sajón había aprendido. -¿Qué oyen mis oídos? ¿Te consideras un romano? En los tiempos en que yo conocí a los romanos, te habrían condenado al circo, donde tendrías que morir valientemente para su entretenimiento.

Esta vez el sajón palideció, y deslizó la mano hasta la empuñadura de su espada.

-Y César se equivocaba. Es cierto que las costumbres de esta gente sencilla no son las mismas que las vuestras y las de Roma, pero a su manera respetan y dedican grandes honores a sus mujeres, en especial a las jóvenes como ésa.

El sajón sujetó con más firmeza la empuñadura de su espada.

-No hagas eso -se le adelantó Maeniel-. Te arrebataré la espada y te la haré tragar.

Después sonrió al sajón con una sonrisa tan amplia que dejaba ver todos los dientes.

Idonia estaba sentada entre el sajón y Maeniel. Éste sabía que la mujer no comprendía sus palabras, pero sí identificó la hostilidad que había en ellas y que había retado al sajón. Su expresión demostraba enorme satisfacción. Dugald miraba para otro lado, por lo que Maeniel pensó que también debía de estar sonriendo. En ese mismo momento llegó la comida y todo el mundo se preocupó por conseguir lo que más le gustaba. La muchacha a la que el sajón había molestado sirvió a Maeniel con gran solemnidad el plato más suculento. Dugald parecía sorprendido, y el sajón simplemente furioso. Idonia tenía más bien una expresión malhumorada. El plato consistía en una paletilla de jabalí con membrillo, miel y zanahoria. Comenzó a oírse un murmullo de voces en la mesa principal.

Maeniel se levantó. Hizo una reverencia primero a las personas allí reunidas, después a Idonia y a continuación a la muchacha, que le respondió con otra reverencia. Volvió a sentarse, cortó un trozo de carne para sí y dejó el resto a los demás. Idonia se sirvió también, y lo mismo hizo Dugald. El sajón, en cambio, no quiso. Maeniel se sentía satisfecho. Sonrió a la muchacha y ésta le dedicó una nueva reverencia. Cuando pasó a su lado, le rozó con los dedos la muñeca y los deslizó suavemente por el brazo hasta el hombro. Después se alejó para sentarse a la mesa en compañía de su familia.

Los ojos de Maeniel la observaron con admiración mientras pasaba. Era una muchacha muy bonita, de pelo castaño oscuro como un roble centenario y tez muy pálida, casi del color de la leche.

-Mmmmm -dijo.

Idonia rió, luego le susurró: -Esta noche será tuya. Ya he hecho los obsequios necesarios a su familia, pero esperarán que seas generoso por la mañana.

Sus palabras hicieron enrojecer a Maeniel. El jabalí pronto desapareció, pero fue sustituido por un venado, una becada, pescado, tres tipos de sopa, añojo asado, galletas de avena y pan de cebada. A Maeniel, al que le gustaba la carne de cerdo pero que ahora sólo podía comerla cocinada, le gustó especialmente el añojo, y se entretuvo pensando en cómo ser generoso al día siguiente. De ningún modo iba a rechazar la hospitalidad de Idonia. El broche que sujetaba su manto era el único objeto de valor que poseía. Era de oro con rubíes, granates y ámbares engarzados, del tamaño de la palma de una mano de hombre, y fácilmente podía alcanzar el valor de la tierra que necesita una familia para alimentarse, alrededor de los cien acres. Sí, eso serviría.

La muchedumbre del salón se ocupaba de un asunto de tal importancia como es comer tanto como fuera posible, pero pronto Maeniel se dio cuenta de que el sajón lo observaba con disimulo, y no era el único. Cada uno de los asistentes fijaba su atención en él cada cierto tiempo. Idonia le había dado un lugar de honor a su lado, había recibido los mejores platos y se le habían dedicado muchas atenciones especiales. Si es que conocía un poco a los humanos, sabía que por lo menos la mitad de aquellos que lo observaban eran conscientes de que esa noche disfrutaría de exquisita compañía en su cama. Pero Idonia no lo había presentado, ni siquiera había dicho a nadie su nombre. Todos los presentes en el salón, incluso el desagradable sajón, debían de morirse de curiosidad.

Después de un tiempo, hasta los más ancianos y lentos comiendo se sintieron saciados. Las mismas muchachas que habían servido la comida al inicio de la cena servían ahora la bebida. La joven de cabello oscuro fue hasta Maeniel con una jarra de plata rebosante de hidromiel. Sirvió un poco en su copa y le sonrió, a continuación le rozó la mejilla con los dedos delicadamente pero con un gesto posesivo. Maeniel le devolvió la sonrisa y le ofreció la copa. La muchacha bebió y se la devolvió. Besó el sitio por el que ella había bebido, y después también bebió. La joven sacudió la cabeza hacia atrás, apartándose la larga cabellera, y regresó al lugar que ocupaba con su familia.

Maeniel suspiró profundamente. El sajón le lanzó una mirada llena de odio. Dugald volvió a mirar hacia otro lado, era demasiado educado para reírse abiertamente. Idonia se levantó, era hora de ocuparse de sus obligaciones. Si había alguna disputa seria entre sus gentes, un negocio o una boda importante pendiente o incluso el nacimiento de algún niño, ése era el momento de planteárselo. Quizá no se solucionase en ese preciso momento y lugar, pero era cuando se le presentaban los casos y ella se ponía al corriente de la situación. Comenzó a caminar por la parte exterior de la mesa principal, saludando a todas sus gentes, desde el anciano de pelo más cano hasta el niño más pequeño.

            
            

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