La luz del candelabro dorado bañaba el salón Savoy, reflejándose en las paredes de mármol y en los cristales de las copas de champán que sostenían los asistentes. La élite empresarial de la ciudad estaba reunida, y aunque la música suave de fondo daba una falsa sensación de calma, la tensión en el aire era palpable.
Lucía Estrada llegó justo a tiempo, con la confianza que siempre la precedía. Su vestido negro de satén ajustado resaltaba su silueta y se movía con cada paso decidido. Era la imagen de una mujer que sabía lo que quería y cómo obtenerlo. Al cruzar la entrada, sus ojos buscaron instintivamente una figura conocida.
-¿Lucía? -La voz de Javier, su director de marketing, la sacó de su búsqueda.
-¿Qué tenemos hasta ahora? -preguntó, ignorando el intento de saludo.
-Todo en orden. Los contactos que mencionaste ya están aquí. El señor Guzmán parece interesado en nuestra propuesta, pero... -Javier bajó la voz, inclinándose hacia ella- parece que Valverde también está en su lista.
Lucía asintió, impasible. No era una sorpresa. Alejandro Valverde siempre estaba un paso adelante o, al menos, hacía todo para parecerlo.
-Gracias, Javier. Me encargaré de él.
Mientras Javier se retiraba, Lucía finalmente lo vio. Alejandro estaba de pie junto a un grupo de empresarios, con su inconfundible porte. Su traje azul marino impecable parecía diseñado para resaltar su autoridad. Cuando levantó la vista, sus ojos oscuros se encontraron con los de Lucía. No sonrió. Ella tampoco.
Decidida, tomó una copa de vino de la bandeja de un mesero y cruzó el salón hacia él. Alejandro, al verla acercarse, inclinó ligeramente la cabeza, como si la estuviera invitando a jugar.
-Lucía Estrada -dijo él con una voz que podía derretir hasta el hielo más resistente-. Qué inesperado encontrarte aquí.
-No me digas que te sorprende, Alejandro. Este es mi terreno.
Él dejó escapar una pequeña risa, apenas un susurro.
-Por supuesto. Siempre lista para defender tu reino, ¿no es así?
Lucía se acercó lo suficiente como para que solo ellos dos pudieran escuchar la conversación.
-Si es un reino, Valverde, es porque sé cómo gobernarlo. ¿Y tú? ¿Estás aquí para observar o para perder?
-Eso dependerá de lo que me ofrezcas, Lucía.
La intensidad en su mirada hizo que el corazón de Lucía se acelerara, aunque no dejó que se notara. Alejandro tenía esa capacidad única de mezclar desafío con atracción, como si cada palabra suya fuera tanto una amenaza como una invitación.
-Si estás buscando otra lección de negocios, Alejandro, puedo agendarte una reunión. Pero dudo que quieras aprender algo que no puedas copiar.
Él sonrió, esta vez más abiertamente.
-Siempre tan directa. Me gusta eso de ti, Lucía.
Ella levantó una ceja.
-No estamos aquí para hablar de lo que te gusta, Valverde. ¿Qué quieres?
Alejandro miró a su alrededor, asegurándose de que nadie estuviera demasiado cerca. Luego, se inclinó hacia ella, tan cerca que el aroma de su colonia se mezcló con el suyo.
-Quiero una alianza.
Lucía soltó una risa seca y dio un sorbo a su vino.
-¿Alianza? ¿Después de meses saboteando mis contratos y robando a mis clientes?
-Sabotaje es una palabra muy fuerte. Digamos que he sido... estratégico.
-¿Estratégico? -repitió ella, con sarcasmo.
Alejandro dio un paso atrás, como si quisiera darle espacio para procesar.
-Lo que sea que pienses de mí, sabes que juntos podríamos lograr más de lo que cualquiera de los dos haría solo.
Lucía lo miró con incredulidad.
-¿De verdad crees que voy a caer en esa trampa?
-No es una trampa, Lucía. Es una propuesta. Podríamos ganar esta guerra sin seguir perdiendo recursos.
Ella negó con la cabeza.
-No hay ninguna guerra, Alejandro. Solo una competencia, y déjame decirte algo: siempre gano.
La sonrisa de Alejandro se desvaneció por un momento, pero rápidamente recuperó su compostura.
-Entonces, supongo que tendré que demostrarte lo contrario.
Sin esperar respuesta, él se retiró, dejando a Lucía con más preguntas que respuestas.
________________
Más tarde esa noche, mientras Lucía revisaba los contratos en su despacho, el rostro de Alejandro seguía rondando en su mente. Había algo en su propuesta que no encajaba. ¿Por qué querría una alianza ahora? ¿Qué estaba planeando?
Un golpeteo en la puerta interrumpió sus pensamientos. Era Ana, su asistente.
-Señorita Estrada, esto acaba de llegar para usted.
Lucía tomó el sobre que Ana le ofrecía. Era igual al que había recibido esa misma mañana, sin remitente, pero con el sello dorado de Valverde Corp. Dentro había una tarjeta con un mensaje escrito a mano:
"Espero que esta noche haya sido esclarecedora. Tal vez aún no veas el panorama completo, pero pronto lo harás. Que tengas dulces sueños. -A.V."
Lucía apretó la tarjeta entre sus dedos, sintiendo cómo la irritación subía por su pecho. Alejandro Valverde estaba jugando con ella, y lo sabía.
-¿Algo más, señorita? -preguntó Ana, notando la expresión de su jefa.
-No, gracias. Puedes retirarte.
Cuando Ana se fue, Lucía se recostó en su silla y dejó la tarjeta sobre el escritorio. No iba a permitir que Alejandro tomara el control, ni en los negocios ni en ningún otro aspecto de su vida.
________________
Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Alejandro estaba sentado en su despacho, contemplando la vista nocturna. La reunión en el Savoy había salido exactamente como esperaba. Lucía era predecible en su fuerza, y eso era lo que más le gustaba de ella. Pero también sabía que, para ganar esta partida, tendría que ser más inteligente que nunca.
-Señor Valverde -dijo una voz a través del intercomunicador-, el informe de Estrada Enterprises está listo.
-Tráelo de inmediato.
Cuando el documento llegó, Alejandro lo revisó con atención. Cada número, cada contrato, cada detalle sobre la compañía de Lucía estaba ahí. Pero no era suficiente. Si quería ganarle, no solo debía conocer su negocio, sino también a ella.
Tomó su teléfono y marcó un número.
-Haz lo que te pedí. Necesito respuestas para mañana.
Colgó y se permitió una última sonrisa antes de apagar las luces. Sabía que Lucía era una oponente formidable, pero lo que aún no sabía era hasta dónde estaba dispuesto a llegar para ganar... o si, en el proceso, perdería algo más importante.