La oficina de Lucía estaba sumida en una penumbra inquietante. El sol, que ya comenzaba a ponerse, apenas alcanzaba a colarse entre las rendijas de las cortinas, pero no era suficiente para disipar la atmósfera de tensión que la rodeaba. Con la carpeta en sus manos, Lucía se sentó detrás de su escritorio, las páginas de la carpeta desplegadas frent